LA INHIBICIÓN

La inhibición es el pilar fundamental sobre el que se sustenta nuestro trabajo. Merece, pues, la pena, detenerse a considerar el sentido en el que nosotros utilizamos el término, a qué nos estamos refiriendo exactamente  cuando  lo usamos.

Inhibir, según el DRAE,  es:  “Suspender transitoriamente una función o actividad del organismo mediante la acción de un estímulo adecuado”.

Es una herramienta con la que nuestro organismo está familiarizado. Si examinamos la biología, la bioquímica del cuerpo, nos encontramos con que hay mecanismos reguladores que se ocupan de, por ejemplo, controlar la temperatura, la presión, la concentración de glucosa en sangre o el PH. Todo ello utilizando vías nerviosas y procesos endocrinos, a través de los cuales, se provocan o inhiben determinados comportamientos y la secreción o no de ciertas sustancias.

Estamos hablando de procesos automáticos en los que tiene lugar un tipo de inhibición que podríamos calificar de maquinal, mecánica, programada, nada que ver con el modo de inhibición que empleamos en nuestra Técnica cuya peculiar característica es la de ser consciente, voluntaria, deliberada.

Cuando alguien acude a clases de Técnica Alexander es porque desea cambiar algo. Con mayor o menor claridad sabe o intuye que algo no va bien, que podría mejorar, y que en alguna medida le es posible contribuir a modificar esa situación, ese comportamiento, esa forma de reaccionar, ese patrón de movimiento.

Embarcarse en esto  significa asumir nuestra parte de responsabilidad, aceptar que tenemos algo que ver con lo que pasa, y que por tanto tenemos un papel que jugar a la hora de remediarlo.

Se requiere voluntad.

Y si hay voluntad de cambiar algo, la primera cosa que se necesita es negarse a seguir actuando de la forma habitual, y eso es la inhibición: “No dar consentimiento a la reacción habitual que causa el mal uso”.

Esto no tiene nada que ver con el concepto freudiano de las “inhibiciones” refiriéndose a esas apetencias  instintivas reprimidas que habitan el subconsciente. Aquí no hay represión ni ningún tipo de imposición externa, el deseo de detener esa reacción automática parte de nosotros mismos. Somos nosotros quienes, conscientemente, queremos mejorar el control sobre esos automatismos para, precisamente, ser más libres.

  1. M. Alexander, en su segundo libro “Control consciente y constructivo…” la define como “… el acto de negarse a responder al deseo primario de alcanzar una meta”.

Si estudiamos su caso concreto, creo que nos ayudará a entender lo que nos propone.

Siendo actor, padecía afonías y otros problemas vocales. Se observó y acabó dándose cuenta de que cuando se disponía a recitar contraía el cuello echando la cabeza hacia atrás, además de encoger el tronco y dar otras señales de exceso de tensión. Se propuso conseguir recitar, pero sin que fuera acompañado de esas manifestaciones de exceso de tensión y mal uso. No fue un camino fácil, pero todos conocemos el final de la historia: cuando desaparecieron las manifestaciones de mal uso desparecieron también los problemas vocales.

El tema es cómo consiguió hacer desaparecer todos esos malos hábitos que, en su caso, acompañaban a la acción de recitar. Si el deseo de recitar era el estímulo, la respuesta inmediata era contraer el cuello, encoger el tronco, y hacer todo aquello que, en su cerebro, aparecía asociado a la acción de recitar.

Pues bien, lo que Alexander se planteó no fue tratar de frenar cada una de esas manifestaciones por separado, no.   Su estrategia consistió en frenar el mismísimo deseo de recitar, lo que las desencadenaba. O sea, cuando se iba a disponer a recitar, ahí decidía que no, que de momento, no haría nada. Y claro, naturalmente, esos excesos de tensión que solían acompañar su recitación, de momento, no aparecían. Se estaba negando a responder al deseo primario de alcanzar una meta, en su caso, la recitación.

Si se hubiera detenido ahí no habría resuelto gran cosa. De hecho, cuando después de haber frenado, momentáneamente, la reacción automática, decidía por fin seguir adelante y recitar, en ese preciso instante, todos los viejos hábitos volvían a aparecer. Estaba claro que se necesitaba algo más para resolver el problema.

Recordemos que inhibir es “Suspender transitoriamente una función o actividad…” o sea, que después del periodo transitorio, se sigue. El tema es cómo y qué se hace durante ese periodo transitorio para modificar el cómo se sigue. Inhibir es interponer una pausa entre el estímulo y la respuesta y Alexander se dio cuenta de que tenía que aprovechar esa pausa para razonar, para pensar.

La inhibición es un paso, un paso importantísimo, crucial. Cuando ya ha ocurrido algo que no queremos que ocurra, difícil solución tiene la cosa. Así que lo primero es asegurarse de que detenemos la respuesta habitual, pero luego se tienen que dar los siguientes pasos.

Y los siguientes pasos, que se van superponiendo uno a otro, son darse instrucciones, lo que en nuestra jerga llamamos “Direcciones”, proyectar mensajes del cerebro al resto del organismo que tienen que ver con el nuevo patrón de movimiento que, hemos razonado, queremos establecer, repetir el proceso un considerable número de veces, y entonces, sin dejar de proyectar los mensajes, animarse a realizar la acción, esta vez de manera diferente.

Al conjunto de pasos es a lo que Alexander llama “los medios por los cuales”. Y ahora  transcribo la frase completa que aparece en su libro:

“… en la aplicación de mi técnica el proceso de inhibición –eso es el acto de negarse a responder al deseo primario de alcanzar una meta- se convierte en el acto de responder (acto volitivo) al deseo consciente y razonado de emplear los medios por los cuales esa meta puede ser alcanzada”.

Dicho esquemáticamente:

1-  Inhibir la vieja manera, habitual, de hacer las cosas.

2-  Proyectar mensajes, darse instrucciones acordes con la nueva manera, pensada y razonada, que queremos establecer.

3-  Mientras se continúa proyectando los mensajes, pasar a la acción de acuerdo con esa nueva manera.

 

Ese es el método de Alexander, ese es el procedimiento que Él siguió para liberarse de sus problemas vocales, y el que nos propone para liberarnos de los nuestros, sean vocales, respiratorios, de tensión muscular inapropiada, coordinación o cualquier otra naturaleza. (Siempre que su origen esté en el mal uso, claro está. Hay “otros” problemas que quedarían fuera de ese alcance).

Presentado así, de forma esquemática, hasta parece que sea fácil. Todos sabemos que no lo es. Y a la hora de llevarlo a la práctica es imposible eludir la complejidad que encierra o  el enfrentarse a las incógnitas que quedan por resolver.

En este artículo quiero limitarme a resaltar la importancia de la inhibición como cuestión básica, primordial, pilar fundamental sobre el que se construye todo el proceso.

De hecho, aunque para explicarlo necesitemos hablar de esos tres pasos, en la práctica la inhibición lo inunda todo.

Los mensajes que proyectamos, las instrucciones, no son nada más que la otra cara de la misma moneda que supone inhibir. Pensamos que el cuello se alarga sin ánimo de hacer nada ni pretender que literalmente ocurra eso, que el cuello se alargue; tan sólo asegurarnos de que mientras estemos pensando que se alarga no se le va a ocurrir hacer lo contrario, acortarse, encoger. Algo así como una orden preventiva, en definitiva, inhibitoria.

Y para que la cosa funcione, esas órdenes, esos mensajes, que ahora podemos llamar inhibidores, deben continuar proyectándose cuando nos decidimos a dar el último paso y adentrarse en la acción.

O sea que la inhibición, como decía antes, lo inunda todo. Lo que importa, lo que se necesita, es inhibir.

Entre los aforismos de F.M.Alexander quizás el más celebrado sea ese que dice:

“Si dejamos de hacer lo incorrecto, lo correcto se hace solo”

El cuerpo sabe cómo sostenerse erguido, sabe cómo caminar, sabe lo que tiene que hacer para respirar y para hablar… el problema son las interferencias que nosotros mismos generamos, si nos aseguramos de evitar esas interferencias, de inhibir, todo irá bien.

 

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No es fácil, requiere práctica y entrenamiento, y eso es lo que hacemos en las clases de Técnica Alexander: entrenar y desarrollar la capacidad de inhibición.

Es sorprendente que una acción tan sencilla como sentarse o levantarse dé pie a tomar conciencia de la enorme cantidad de esfuerzos innecesarios que realizamos al actuar.

El profesor te pide que no hagas nada, que te dejes llevar, que no interfieras, que inhibas…y cuesta.

Al final se aprende, se aprende a parar, y por el camino se desarrolla la atención y se aprende a percibir. Obviamente no está de más que, aparte del ratito de la clase, encontremos en nuestro día a día, las ocasiones de seguir trabajando el tema; pero sobre todo es importante que lo que estamos aprendiendo trascienda el ámbito de la clase e inunde nuestro día a día. Descubrir cómo la vida cotidiana requiere de la inhibición y nos ofrece, con diferentes matices y variantes, infinidad de oportunidades de practicar.

El ser humano, que es un ser social, está más que familiarizado con la necesidad de inhibir conscientemente para hacer posible la interacción con los otros. Para, simplemente sostener una conversación, es imprescindible ser capaz de inhibir el deseo de decir algo, suspender transitoriamente la actividad, y esperar a que el otro termine de decir lo suyo.

Y quién no se ha “negado a responder al deseo primario”… de soltarle una fresca a su cuñado, interponiendo una pausa entre el estímulo y la respuesta, aprovechándola para proyectar el mensaje, repetirse mil veces  “No, no, hoy no, no es el momento…”  y poder seguir así con su vida, en paz con la familia.