Sobre el Uso y el Funcionamiento

Lo más destacable del trabajo de Frederick Matthias Alexander es el haber introducido el concepto de “uso”, el haber reparado en eso que él denominó “El Uso de Sí Mismo”, y  que no es otra cosa que la manera en que  utilizamos nuestro propio organismo a la hora de realizar cualquier tipo de  actividad.

O sea, Alexander hace una distinción entre el aparato en sí, nuestro aparato, y la utilización que podamos hacer del mismo, que podrá ser más o menos acertada, más o menos apropiada. Lo  cual nos lleva inevitablemente a la consideración de que en el supuesto caso de que se presente algún tipo de problema, aparezca alguna clase de disfunción, la causa de la misma podría encontrarse en el aparato, pero también podría encontrarse en la mala utilización que estemos haciendo del aparato, y si este es el caso, si el problema no está en el aparato sino en el  “uso” que hacemos del mismo, es ahí también donde debemos buscar la solución.

Esto, a mi juicio, es la gran aportación del señor Matthias Alexander.

Naturalmente, con esto, no estamos diciendo que no hayan problemas relacionados con el aparato  en sí, estamos simplemente añadiendo, que son muy numerosas las ocasiones en las que el problema se deriva del uso, y que por lo tanto el uso es un elemento que se debe tener en cuenta si queremos tener un cuadro completo de la situación, si queremos un buen diagnóstico.

 

¿Qué es el uso?

 

Pues eso, la manera en que utilizamos nuestro organismo a la hora de realizar cualquier tipo de actividad.

Todos tenemos una cabeza, un tronco con sus caderas y sus correspondientes  isquiones  para sentarse, unas piernas y unos brazos que, a grandes rasgos y para lo que ahora nos importa, podemos considerar bastante parecidos. Es, sin embargo, bastante diferente, la utilización que cada uno hace de todo ese aparato a la hora de, por ejemplo, sentarse a leer el texto que ahora tienes en tus manos.

Hay quien lo hará con las piernas cruzadas y quien no, alguien colocará los pies justo debajo de las rodillas pero otros los pondrán más adelante, o más atrás. Se puede utilizar el respaldo del asiento o no. Si no se utiliza, uno puede quedarse erguido, apoyado en los isquiones,  inclinando el tronco levemente hacia delante  lo que sea necesario para encontrar un equilibrio confortable, pero desde la articulación de la cadera, o sea,  manteniendo la alineación de la cabeza con el cuello y la espalda; o al contrario dejarse caer permitiendo que los hombros se acerquen a las caderas, permitiendo  que la columna se arquee.

Y ahora podríamos pasar a examinar lo que hace la cabeza, y los brazos, y dar infinidad de detalles porque son infinitas las posibilidades, y tantas las actitudes corporales y “usos” como personas hay en el mundo. Se ponen de manifiesto en la forma en que nos sentamos a leer  y en la forma en que nos sostenemos en pie, en cómo caminamos, cómo hablamos,  cómo nos movemos en general.  Todo ello habla del uso que cada uno hace de sí mismo. De la utilización que hace de su propio aparato a la hora de realizar sus tareas cotidianas.

 

¿Cómo se conforma  el uso?

 

En el uso quedan registradas todas las experiencias y vivencias asociadas al conjunto de hábitos, buenos o malos, que la persona ha ido adquiriendo a lo largo de toda su vida. Es, en cierto modo, un buen reflejo de su historia. Todo cuenta. Vamos a dar algunas pistas.

Los niños son buenos imitadores, y es bastante probable que muchas de nuestras maneras y costumbres tengan su origen en algo que vimos y copiamos de nuestros padres. Tengo tendencia a dejar caer la cabeza hacia el lado derecho y mi madre también lo hacía.

Durante los primeros años de la infancia solemos movernos con bastante gracia y soltura, de forma fluida, equilibrada y bien coordinada; pero tarde o temprano, el niño, también entra en contacto con los contratiempos, los disgustos y tensiones de la vida. Tiene que ir al colegio y pasa miedo, le obligan a estarse quieto, sentado, y sufre  ansiedad; o se aburre y se abandona, desactiva los mecanismos que le sostienen erguido y se deja caer. Y todas estas “experiencias” van haciendo mella en nosotros, el organismo aprende lo que es funcionar de forma desequilibrada y mal coordinada, nos hacen desarrollar modelos de comportamiento en los que la tensión indebida, por exceso o por defecto, están presentes.

Luego está el tema de ser zurdo o diestro que nos puede llevar a desarrollar ciertos músculos más que otros, promoviendo la posibilidad de fijar una torsión en algún sentido.

Y cómo no, se tiene que considerar cualquier tipo de accidente que se haya sufrido. Se hace uno daño en una pierna, y como es natural, se tiende a utilizar más la otra para evitar el dolor. A la larga se puede acabar incorporando la costumbre de poner más presión en esa otra pierna, incluso una vez que el problema se haya solucionado.

Las situaciones que los generaron pasan, pero los patrones de comportamiento se quedan con nosotros y determinan la forma en que nos movemos; configuran eso que venimos llamando nuestro “uso”.

 

Sobre el buen y el mal uso

 

No todos los “usos” son igualmente válidos.  Existe el buen uso y el mal uso.

El uso se manifiesta en un sinfín de detalles pormenorizados, pero en realidad responde a un, en singular,  patrón de comportamiento, del que lo único que puede decirse es si está o no  bien coordinado, si es o no equilibrado. Quiero decir que el organismo humano opera como un todo integrado en el que el funcionamiento de las partes responde siempre a la idea del patrón general. Es este patrón general el que tenemos que valorar y calificar como bueno o malo. La musculatura de la parte posterior del cuello que determina la relación que se establece entre la cabeza, el cuello y la espalda, juega un papel preponderante a la hora de establecer ese patrón general de comportamiento. Si esa musculatura tiene el tono apropiado, está libre y permite una relación dinámica entre las partes, se activa un patrón de funcionamiento eficaz que podemos asociar con el buen uso; si por el contrario hay exceso de flaccidez o de rigidez  se activa un patrón de funcionamiento inapropiado que se asocia con el mal uso.

La clave que nos sirve de criterio es el grado de esfuerzo que se hace para cumplir con una tarea, la presión que ponemos sobre el organismo al realizar la misma. Para una misma tarea, si es posible hacerla con menos esfuerzo, cuanto más grande sea el esfuerzo que hagamos peor será el uso, y viceversa. El buen uso tenemos que asociarlo con lo natural, y lo natural es siempre lo más fácil.

Volvamos al ejemplo de quien leía este texto manteniendo el tronco erguido y quien lo hacía dejándose caer, colapsándose, permitiendo que la columna se arquee.

En el segundo caso, la cabeza ya no está en equilibrio descansando encima de la primera vertebra, se ha colocado delante de la columna, en una clara posición de desventaja desde el punto de vista mecánico, obligando a elegir entre, abandonarla en mayor o menor medida dejando que tire del cuello, o seguir sosteniéndola pero a costa de mayores esfuerzos. Además de que, como consecuencia de esa actitud colapsada, algunos discos intervertebrales pueden estar siendo sometidos a una presión mayor de lo habitual.

Para hacer lo mismo, leer el texto, estamos realizando mayores esfuerzos y sometiendo al organismo a mayores presiones. Claramente podemos concluir que la segunda opción habla de un uso menos eficaz, menos satisfactorio, de mal uso.

 

El uso afecta al funcionamiento

 

A la larga, el hecho de que hagamos buen o mal uso de nuestro aparato es algo que va a acabar afectando al funcionamiento del mismo.

Si durante un tiempo prolongado hacemos mal uso de los mecanismos del equilibrio, de los mecanismos posturales que nos dan soporte, si no los activamos debidamente, llegará el día en que, sencillamente, dejen de funcionar, o por lo menos dejen de funcionar de forma satisfactoria. A fuerza de no utilizar la musculatura que se ocupa de mantener el tronco erguido llega un momento en que esta musculatura se debilita y ya no le es posible sostenernos, aunque queramos. Se lo podemos pedir y conseguir que nos sostenga durante un breve lapso de tiempo, pero a poco andar, y obedeciendo al mal hábito adquirido, volverá a dejarnos caer.

Si se prolonga en el tiempo el período durante el que estamos sometiendo a un exceso de presión a determinados discos intervertebrales, al cabo de un año, o de cinco, o de diez, nunca se sabe, se pueden producir protrusiones, pinzamientos, hernias discales.

Si repetidamente y con excesiva frecuencia caemos en la mala costumbre de sentarnos de forma colapsada, el normal funcionamiento del aparato respiratorio se verá afectado. En esa posición el arco de las costillas tropieza con el abdomen entorpeciendo la libre movilidad que se requiere para una respiración satisfactoria.

El abdomen, a su vez, está siendo presionado, lo que interfiere de forma negativa en el funcionamiento del aparato digestivo y de los otros órganos ahí localizados.

Y así, sin querer y sin darnos cuenta, resulta que estamos obstaculizando y entorpeciendo el normal funcionamiento de nuestro organismo. Sin querer y sin darnos cuenta porque el uso es algo que se incorpora, nos acostumbramos a él, y en buena medida pasa a la esfera de lo inconsciente, de lo que hacemos sin pensar y sin darnos cuenta.

Así, sin darnos cuenta, debido a la forma en que nos hemos acostumbrado a movernos y a hacer las cosas, es bastante probable que, a diario, estemos sometiendo a nuestro propio organismo a más presión de la que sería conveniente, y estemos creando el caldo de cultivo ideal para todo tipo de problemas de funcionamiento, en particular los relacionados con la musculatura esquelética, la columna y las articulaciones.

 

Educar para el buen uso

 

El objeto de la Técnica Alexander es educar para el buen uso.

Decíamos anteriormente que de niños solíamos funcionar con bastante soltura y eficacia, pero que las vicisitudes de la vida acabaron incidiendo sobre ese buen uso inicial estropeándolo, llevándonos a adquirir malos hábitos perniciosos. El uso pues, es algo moldeable sobre lo que se puede incidir, es algo que se puede modificar. Y si en su día se cambió para mal, por qué no plantearse ahora la posibilidad de cambiarlo  para bien, de mejorarlo. Esa es la tarea que se plantea la Técnica Alexander.

Tenemos que empezar por sacar al uso de esa esfera de lo inconsciente en que se encuentra y traerlo a la conciencia. Despertar al alumno y ayudarle a darse cuenta de cómo hace las cosas que hace, mejorar su percepción sensorial; y luego darle las herramientas que le permitan modificar lo que sea deseable modificar, devolverle la habilidad de encauzar su actividad por los canales que él desee, conscientemente, y no a merced de la tiranía de sus viejos hábitos.

Esa es la labor del Profesor de Técnica Alexander, enseñar al alumno a mejorar su uso, en la confianza de que al mejorar su uso mejorará la calidad de su funcionamiento y su salud.

Indudablemente mejorarán esos aspectos de su salud que mostraban signos de deterioro como consecuencia del mal uso. Pero ya dijimos antes que, obviamente, además de los vinculados al uso, existen muchos otros problemas de salud. Hay problemas genéticos, hay infecciones y malformaciones, se tienen accidentes… Son problemas de naturaleza diferente que requieren ser abordados de forma diferente. Pero incluso en esos casos, el uso, deberíamos considerarlo como un factor más a tener en cuenta. En la inmensa mayoría de los casos, mejorar el uso contribuirá siempre de forma positiva al éxito de cualquier tratamiento que se esté siguiendo.

 

Pepe Castillo         Agosto,2011